Por: Blas Rossi
¿Qué sería del ser humano sin la facultad de la creatividad? Nada; una especie más del Reino Animal difícil de distinguirlo del resto de los primates, quedando congelado para siempre en ese estado primitivo. Sin la creatividad, nunca hubiésemos contemplado las maravillas que puede crear en el plano de la ingeniería, la arquitectura, las artes, la literatura, entre otros tantos. Pero hay que reconocer una cruda realidad: en la esfera de lo militar, el ser humano parece no conocer límites a la hora de encontrar la manera más efectiva de ocasionar el mayor número de bajas al enemigo. Y esto no es algo privativo de nuestros tiempos, sino que es una constante a lo largo de la historia de la humanidad que parece enardecerse en tiempos conflictivos, generando la pregunta ¿hasta dónde puede llegar el ser humano? Se creía que el límite era con la detonación de la bomba atómica en 1945, arrasando Hiroshima y Nagasaki. Pero al parecer, no, porque décadas después se probaría con éxito la bomba de hidrógeno, 400 veces más poderosa que la atómica.
Teniendo presente lo dicho, es menester entonces abocarnos al análisis del caso de creatividad letal que más impacto ha tenido en los conflictos internacionales actuales. Un material bélico que, ni bien finalizadas estas contiendas, va a dar que hablar más adelante por los especialistas y por los propios Estados. Hablemos, por lo tanto, de los drones.
Si bien comenzaron a ser usados en los ejércitos para tareas de vigilancia, es con la guerra ruso-ucraniana donde los drones tomaron y están tomando su mayor diversificación y popularidad como arma de ataque a distancia. En su versión kamikaze, pueden destruir desde unidades de infantería hasta vehículos blindados como tanques, simplemente accionando un control remoto. No cabe ni la menor duda que el erizante zumbido de estos artefactos va ser el culpable de la mayoría de los casos de estrés postraumático de los soldados y civiles de ambos bandos una vez terminada la guerra.
Ya hemos dicho que los drones se utilizan contra unidades de combate, pero los mayores estragos se producen en ataques contra infraestructura civil. Desde puentes, represas y rutas hasta zonas urbanas enteras pueden ser hostigadas en masa por un aluvión de drones. Y esto no sólo ha sucedido en la guerra europea, sino también en otros casos como el masivo ataque que llevó adelante Irán contra Israel hace relativamente poco tiempo. Hasta este punto, podemos decir que los drones son bastantes eficientes, no suponen daños para su operador y son, en cierta medida, baratos.
Naciones como Turquía, Corea del Sur y la ya mencionada Irán han tomado nota de estas ventajas de los drones, planeando explotarlas al máximo con una singular variante de los conocidos buques portaaviones: los “portadrones”. De esta forma, se reducen los gastos al no tener que contar con aviones avanzados ni con pilotos experimentados, simplemente una considerable cantidad de drones de ataque disponibles sobre una plataforma para ser llevados a cualquier lugar del mundo. Una nueva ventaja se desprende de aquí, y es la asombrosa versatilidad de los drones que incita a experimentar variantes como ha sucedido hace unos pocos días en la guerra ruso ucraniana.
El dron de origen ucraniano (aunque también ya lo está aplicando Rusia) bautizado “Dragón”, es la última invención de la letal creatividad. Su diferencia con el resto de los drones reside en que puede transportar y arrojar desde el aire un compuesto reactivo incendiario conocido como “termita”. Básicamente, es como si cayera del cielo una especie de metal fundido a altísimas temperaturas, quemando desde recursos naturales y vehículos hasta soldados. Por supuesto que cada dron tiene una capacidad limitada para llevar este compuesto incendiario, pero el hecho de que se pueda crear un enjambre de estos artefactos acarrearía severos problemas para las distintas unidades de combate.
Algo relevante a añadir es la profundización de la guerra psicológica llevada adelante desde ambos bandos, lo que conduce al interrogante de la limitación que se pueda lograr aplicar a este tipo de armas ¿Son necesarios nuevos convenios de Ginebra? Tal vez, aunque en sus protocolos adicionales dejan en claro el uso de las armas incendiarias. Además, como no hay ninguna autoridad superior a los Estados, ninguno puede ser obligado a firmar y ratificar algo que no le conviene, sumando complejidad al desafío de limitar a los drones.
Por ende, queda inconcluso el futuro tratamiento que se le va a asignar a este nuevo tipo de arma por parte de la comunidad internacional. De toda esta situación puede devenir en algún convenio o acuerdo, es muy probable. Pero ese no es el problema de fondo, porque mientras siga existiendo la letal creatividad, nuevos inventos van a ser conocidos.
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