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EL FIN DEL ALBERTISMO: ESCANDALO Y CORRUPCIÓN

Foto del escritor: Juan Eduardo WehnerJuan Eduardo Wehner

De ser catalogado como el nuevo Alfonsín y llamarse el primer feminista, a acusarlo de psicópata. Los que alguna vez se beneficiaron por su gestión, le sueltan la mano.


El albertismo, si alguna vez existió, fue una corriente política que se presentó como una promesa de renovación del kirchnerismo con la incorporación del massismo. Lo que comenzó como una carta de Cristina Fernández de Kirchner para volver a tomar el poder del país, hoy es una deshonra al justicialismo; acusan a la gestión de no ser kirchnerista, sino albertista.


Uno de los episodios que marcó un punto de inflexión fue el Olivos Gate. La celebración de cumpleaños de su expareja, Fabiola Yañez, en la residencia presidencial durante la cuarentena estricta, impuesta por el propio gobierno, se convirtió en un símbolo de la desconexión entre la clase política y los ciudadanos. Mientras millones de argentinos cumplían con las restricciones, soportando separaciones familiares, pérdidas económicas y un estrés social sin precedentes, la imagen de una fiesta en Olivos fue un agravio difícil de perdonar. 


Este evento desnudó una doble moral en la que las normas se aplicaban de manera rigurosa para el pueblo, pero no para quienes debían ser los primeros en cumplirlas; Alberto declaró que "a veces me olvido que soy Presidente”.


A este escándalo se sumó el Vacunatorio VIP, otro episodio que puso en tela de juicio los valores proclamados por el gobierno. En medio de una pandemia que había cobrado miles de vidas, la revelación de que amigos, familiares y figuras cercanas al poder habían accedido a la vacuna de manera privilegiada, fue un golpe devastador para la credibilidad del gobierno. Este acto de favoritismo reflejó una falta de empatía hacia aquellos que realmente necesitaban la vacuna y que estaban siendo relegados por intereses personales.


Sin embargo, el escándalo que ha terminado por desmoronar lo poco que quedaba del albertismo, es el relacionado con la violencia de género hacia Fabiola Yañez. Las acusaciones de abuso, aunque negadas públicamente por Fernández, han generado un fuerte impacto en la opinión pública. Para un presidente que se autoproclamaba feminista y que había impulsado políticas de género como parte central de su plataforma, como la creación del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación, estas acusaciones no solo representan una traición a los principios que decía defender, sino también una contradicción flagrante que ha dejado a muchos de sus seguidores más cercanos en una situación insostenible.


El efecto de este último escándalo no se limitó solo a la opinión pública. Internamente, provocó que varios funcionarios y aliados políticos decidieran distanciarse de la figura de Alberto, en un intento por salvar su propio capital político ante la inminente tormenta. El despegue de estos actores, como Ofelia Fernández, Axel Kicillof y hasta de su compañera de fórmula, Cristina, que alguna vez formaron parte del círculo íntimo del presidente, es una señal clara de que el albertismo ha llegado a su fin. 


Como declaró Ofelia en su cuenta de X: “De cualquier golpeador diría primero que es un hijo de puta. De Alberto Fernández creo también que es un psicópata por haber usado durante años al feminismo y a sus militantes… creo que corresponde hablarle a las miles de pibas a las que hace ya tiempo les pedí que me acompañaran a sumarse a esto que resultó una interminable decepción. Hacerme cargo de haber creído tanta basura…”


Creo que la mejor frase para resumir es la que utilizó Alejandro Fantino: “están matando a un muerto”. El caso de Fabiola fue la gota que rebalsó el vaso, destruyendo cualquier posibilidad de Alberto de presentarse nuevamente. La desconexión entre el discurso y la práctica, la incapacidad para responder con transparencia a las crisis y la falta de autocrítica, han sido los elementos clave que llevaron a su colapso.




Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no representan la opinión de la Revista Conciencia Política y/o de la Pontificia Universidad Católica Argentina.

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