Como es de público conocimiento, la Argentina se rige bajo la forma de gobierno de “República Presidencialista”, poniendo foco en el cargo de presidente, sus poderes delegados, y su desempeño en la gobernanza. También cabe recalcar, que en este sistema nosotros tenemos el deber ciudadano de elegir a nuestra asamblea (Congreso de la Nación) y al presidente en cuestión, que luego este delega los diversos poderes a ministros puestos a dedo.
Sin embargo, me puse a pensar luego de una clase de Introducción a las Ciencias Políticas con Fehleisen sobre las diferentes formas de gobierno y cómo funcionan sus dinámicas, lo que me hizo preguntarme si el sistema que tenemos es el mejor para nuestra especial sociedad.
Es curioso analizar los comentarios de Javier Zelaznik sobre el sistema presidencialista, el cual lo cataloga de “Sólo funcionar en las peculiares características de la sociedad y la estructura sociopolítica norteamericanas” (Pág. 254, El Gobierno, Javier Zelaznik) lo cual es cierto si nos ponemos a analizar la historia política de los diferentes regímenes americanos. Los únicos estados que han gozado de relativa estabilidad a lo largo de su existencia lo son los Estados Unidos, Costa Rica, y hasta cierto punto Chile, ignorando el sangriento golpe de estado perpetrado por Augusto Pinochet en 1973. Sin ir más lejos, en nuestra República hemos contado con numerosos golpes de estado y diversas crisis sociopolíticas el siglo pasado, el cual se lo atribuyó al sistema presidencialista, debido a diversos puntos a exponer.
El primero de los problemas es el más obvio, y es la concentración del poder en la figura presidencial. Esta característica ha hecho que perdamos flexibilidad a la hora de tomar decisiones frente a momentos de crisis, o que se genere un culto personalista al presidente por las medidas populares que el mismo tome para conservar el poder, haciendo de la política una mera pelea por el cargo presidencial, dejando en segundo plano la faz arquitectónica de la política. Otro gran problema que podemos ver a día de hoy es la descoordinación que existe entre el poder ejecutivo y el legislativo. Un presidente electo puede pertenecer a un partido político minoritario en el parlamento, lo que haría que el presidente se vea obligado a gobernar a través de decretos de necesidad y urgencia (DNU) en caso de que sea necesario tomar medidas más drásticas, lo que genera en un escenario de confrontación entre ambos poderes, desequilibrando la balanza entre uno y el otro. Y por último mencionar brevemente como le atribuye la causa de algunos golpes de estado en la Argentina a la incompetencia de algunos presidentes para actuar en momentos de crisis, ya que mucho poder está concentrado en ellos, y su falta de respuesta, sumado al poco accionar que tiene el parlamento para “cooperar” en estos momentos ha generado que no haya otra solución que una interrupción de nuestra democracia.
Por eso, me gustaría que se tenga en consideración el cambio a un sistema semipresidencialista el cual Raúl Alfonsín había propuesto en 1986, que contrarreste todas estas falencias que he expuesto anteriormente. Un sistema semipresidencialista permitiría que el electorado vote a un parlamento, junto con un presidente, que proponga un primer ministro que, al necesitar la aprobación del parlamento, el presidente debe ser astuto en su candidatura, ya que obliga a la cooperación entre ambos poderes, lo que puede dar un caso de “cohabitación” si el primer ministro y el presidente no pertenecen al mismo partido político. Un gran ejemplo de este sistema es Francia, que viendo las consecuencias de otorgar demasiado poder al parlamento cambió a esta forma de gobierno, manteniendo flexibilidad y un parcial poder consolidado.
Este sistema significaría un paso hacia adelante en nuestra historia, afianzando la separación de poderes y su coordinación, acercándonos al viejo continente.
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