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EL JUEGO SOLO QUIERE JUGAR: EL CONFLICTO ENTRE HAMAS E ISRAEL MÁS ALLÁ DE LA IDEOLOGÍA

Foto del escritor: Maite ToledoMaite Toledo

El 7 de octubre de 2023 se inició en la franja de Gaza una cadena de acciones y reacciones que viene concentrando la atención del mundo. Secuestros, asesinatos, bombardeos, invasiones, acusaciones cruzadas de terrorismo y genocidio, y para muchos la obligación de elegir un bando como si se tratara de un partido de fútbol.  


Un principio fundamental del derecho romano era el cui prodest: aforismo que lleva a preguntarse quién se ve beneficiado en determinados sucesos y qué nos dice eso sobre las responsabilidades del caso. Pues bien, uno de los principales beneficiados por el ataque a Israel fue Benjamin Netanyahu. Hace un año, su posición política y la capacidad de sostener su plan de gobierno se encontraban en serias dificultades, con oposición tanto dentro como fuera del país. El ataque terrorista puso fuera de foco cualquier otro tema, legitimando su poder y oxigenando su situación.


No obstante, la prolongación del conflicto y la inminente invasión a Rafah han dejado al primer ministro con pocos aliados. Si bien Israel siempre contó con el apoyo de Estados Unidos, en los últimos meses, la imagen del primer ministro en ese país ha bajado 11 puntos. Siendo el gobierno estadounidense centro de múltiples presiones, Biden amenazó con retirar su apoyo si se llegase a concretar la operación. 


Sumado a esto, la balanza de la opinión pública se inclina cada vez más hacia la posición palestina. El público ha decidido; las imágenes de familias desplazadas y ciudades bombardeadas ganan en contundencia a los rostros y los cuerpos de las víctimas israelíes secuestradas.


Pero el otro beneficiario del conflicto es la misma organización que lo comenzó, Hamas. Escondiéndose detrás de las víctimas palestinas, la organización paramilitar ha conseguido su objetivo: legitimar su posición antisemita ante la sociedad. Según observatorios de internet, desde el 7 de octubre los comentarios antisemitas en las redes se han triplicado. Al mismo tiempo, otros sectores han agredido a comunidades judías públicamente. Estos ataques tienen un hilo común: todos ellos se justifican mediante la crítica a Israel. 


Podemos llegar a creer que dentro del conflicto hay dos bandos claramente delimitados: el derecho de Israel, un pueblo eternamente perseguido a existir en paz como nación, contra el oprimido pueblo palestino que nunca obtuvo su Estado prometido. ¿Cómo no tomar partido? Alguien, después de todo, tiene que tener la razón. Alguien tiene la justicia y la moral de su lado. Así funcionan los conflictos. 


Pero, ¿y si el problema real fuera ese? Pareciera que nadie tuviera tiempo para ver que lo importante no es quién gana o debería ganar el partido, sino el juego en sí. En el escenario político internacional se representa un conflicto y cada uno viste sus colores, pero tras bambalinas los actores reales usan una misma camiseta: la de sus propios intereses. Para que se lleve adelante un conflicto, más que adversarios, se necesitan socios.


Conocemos las realidades de los conflictos, razón por la cual creamos instituciones que se esfuercen por hacer respetar acuerdos entre estados; que sigan las reglas de nuestros propios consensos: la paz, la tolerancia y el comercio. Sin embargo, la realidad es deshumanizante. Hemos dejado de ver al enemigo como un humano para verlo como un objetivo a destruir. Desde esta perspectiva, todos los judíos son aliados de Israel, y eso habilita a discursos antisemitas que juramos dejar de pronunciar en 1945. Así también tildamos a todos los musulmanes de terroristas, dándole rienda suelta a nuestra reprimida islamofobia. Predicamos la paz de Kant mientras luchamos como el hombre de Hobbes. 


Elegimos equipos, formamos parte de la hinchada y alentamos acciones destructivas entre dos estados olvidándonos de las comunidades oprimidas que se encuentran detrás de la disputa. En nuestra ignorancia, creemos ciegamente en las palabras de un movimiento, sin pararnos a pensar acerca de cuáles son los intereses que estamos beneficiando. El conflicto no se dirime sólo en la franja de Gaza, ambos estados disputan su derecho de existencia diariamente dentro de la opinión pública. Tan efectiva es la propaganda de Hamas e Israel que nos hemos olvidado de las crudezas vividas dentro de las trincheras para atacarnos mutuamente. Si fuéramos capaces de mirar por un momento más allá del partido y de las tribunas, veríamos a las víctimas y alentaríamos por el único bando real: el de la humanidad.



Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no representan la opinión de la Revista Conciencia Política y/o de la Pontificia Universidad Católica Argentina

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