Por: Diego González y Augusto Borgese
En la actualidad, se suele reducir al feminismo a un movimiento social y cultural, sin embargo, es también de carácter político, filosófico, económico y hasta inclusive moral. Ahora bien, no es correcto hablar de un solo feminismo; la clasificación de las distintas etapas y olas del feminismo varían según el autor. Entendemos por primer feminismo a aquel que reivindicaba la igualdad ante la ley entre hombres y mujeres. Si bien no se reconocían como feministas, pues tal palabra no existía, es posible atribuirles éste calificativo. Los aportes que se dieron, no fueron solamente de mujeres aquejadas de su posición de inferioridad frente al hombre, sino también de hombres en situación de disgusto con la falta de igualdad entre ambos sexos.
Los antecedentes datan desde el Renacimiento, y se observan en obras como La ciudad de las damas (1405), de Christine de Pizan, La igualdad de los sexos (1671) del sacerdote François Poullain de La Barre. No obstante, no se va a gestar realmente el feminismo hasta las distintas revoluciones liberales del S. XVIII y S.XIX. Desde allí se verá un movimiento feminista decidido a luchar por la igualdad política y civil. El clima de la época fue vital para la propagación de las ideas donde, ilustrados como Condorcet, se compadecían con la mujer y entendían que son tan iguales como el hombre. Dado el clima revolucionario, el feminismo nacerá en Inglaterra, Francia y Estados Unidos.
Luego de la Revolución Francesa, se da el eclipse feminista: las mujeres, que habían visto a los hombres reclamar aires de igualdad, vieron que la misma no las alcanzaba. Allí comenzó su búsqueda por la equiparación en derechos civiles y políticos, puesto que en el marco de la revolución, habían sido excluidas de la Asamblea General, viéndose limitadas al Cuaderno de Quejas, como único modo de hacerse oír. La feminista más emblemática de la época fue Olimpia de Gouges, autora de la “Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana”, dio su vida al querer igualar ambos sexos a nivel jurídico. Si bien no consiguieron derechos políticos, dado que se las censuró, marcaron una gran huella en la historia; en oposición a numerosos pregoneros del iluminismo francés, que se opusieron a la inclusión de la mujer dentro de la política por el mero hecho de ser mujer.
En general, se entiende que el feminismo comienza en 1792 con la obra de Mary Wollstonecraft: “Vindicación de los derechos de la mujer”, y el cual resulta una denuncia a la desigualdad social y política existente entre el hombre y la mujer. Esta obra resulta partidaria de la igualdad de capacidad racional entre ambos sexos. Posteriormente, a mediados del S.XIX, John Stuart Mill, quiso hacer realidad el legado de Wollstonecraft y acabar con las desigualdades jurídicas al buscar que hombres y mujeres tuvieran los mismos derechos. Tal es así, que en 1866 intentó que se aprobara el sufragio femenino. A partir de allí, nacieron distintas sociedades, ligas y uniones con el fin de que las mujeres tuvieran voto. Por otra parte, gracias a Elizabeth Cady Stanton se da la primera reunión con el objetivo de reivindicar los derechos de la mujer en Estados Unidos. Desde allí, Stanton se volvió la primera cara del feminismo estadounidense, pues la Declaración de Seneca Falls nace de aquella convención, en 1848. Después de 21 años, la misma crea, junto a Susan B. Anthony, la “National Woman Suffrage Association” con el fin de que las mujeres pudieran tener el derecho al voto mediante una enmienda. Aquí el feminismo ha sido más glorioso y de éxito más fugaz que en Francia y Gran Bretaña, pues el 10 de diciembre de 1869 se aprobó el voto femenino en Wyoming, así como también 2 meses más tarde pasó en el Estado de Utah. Para 1918, se logró el voto femenino en todo Estados Unidos.
Podría decirse entonces que el feminismo fue necesario dado que, sin este movimiento, no tendríamos la sociedad que tenemos hoy. Sus conquistas pasadas han colaborado y dado forma a la sociedad actual haciendo sentir el fruto de la lucha hasta nuestros días. La definición que da Wendy McElroy es quizás una de las más acertadas: “la creencia de que hombres y mujeres son política y moralmente iguales, y deben ser tratados como tales” Todos somos iguales porque tenemos un valor intrínseco dentro de nosotros mismos: la dignidad humana
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad del autor y no representan la opinión de la Revista Conciencia Política y/o de la Pontificia Universidad Católica Argentina.
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