Por: Juana Igón
¿Puede la política alcanzar cierto grado de coherencia? ¿O, por más que así lo parezca, en el fondo siempre podemos encontrar contradicciones, incoherencias o preguntas sin respuesta?
Este tipo de preguntas y reflexiones vinieron a mi mente luego de leer que la República de Zimbabue en África sacrificará a 200 elefantes para hacer frente a la hambruna que está viviendo la población. Es decir, en un mundo mega occidentalizado, con el capitalismo a flor de piel y la globalización alcanzando cada vez más rincones del mundo, hay lugares en donde, como en la época de las cavernas, necesitan cazar para sobrevivir… cuanta incoherencia, ¿no?
“Según el Programa Mundial de Alimentos, Zimbabue sufre la peor sequía de los últimos 40 años. Esto significa que en muchas zonas hay poco que comer, ya que los cultivos se marchitan y las cosechas son escasas”, declaró Tinashe Farawo, portavoz de la Autoridad de Parques y Vida Silvestre de Zimbabue. Explicó que la matanza selectiva también forma parte de los esfuerzos por descongestionar sus parques, que sólo pueden albergar 55.000 elefantes, mientras que actualmente el país cuenta con más de 84.000. Con una connotación negativa, agrega que “varios expertos y activistas por los derechos de los animales creen que la matanza selectiva de elefantes podría afectar negativamente a la imagen del país y disuadir a los turistas de visitar Zimbabue”.
En sociedades donde el acceso a alimentos es limitado, la caza de grandes animales como el elefante se convierte en una estrategia inmediata de supervivencia. Sin embargo, el capitalismo global también ha impuesto dinámicas que exacerban esta necesidad. Las economías dependientes de la explotación de recursos naturales son frecuentemente relegadas a un estado de subdesarrollo debido a su inserción en el sistema global como proveedores de materias primas, mientras que las ganancias y el valor agregado se acumulan en los países industrializados. Zimbabue, como muchos otros países en desarrollo, no siempre tiene acceso a los beneficios del sistema capitalista global, sino que más bien sufre sus peores consecuencias: desigualdad, pobreza y exclusión económica.
Por otro lado, la globalización ha traído consigo la interconexión de mercados y sistemas, pero también ha mostrado sus límites. A la vez que en algunas partes del mundo la abundancia es un problema de sobreconsumo, en otras regiones las comunidades dependen de métodos tradicionales como la caza para sobrevivir. A pesar de vivir en un mundo globalizado, donde podría pensarse que los avances tecnológicos y la producción masiva de alimentos deberían erradicar la necesidad de prácticas de subsistencia, seguimos observando desigualdades brutales. Las ventajas de la globalización no se distribuyen equitativamente.
Este fenómeno también expone una contradicción cultural: desde una perspectiva occidental, la caza de elefantes puede ser vista como algo éticamente problemático o insostenible, debido al valor que estas sociedades le otorgan a la conservación de especies en peligro. Sin embargo, para los habitantes de Zimbabue, esta práctica puede ser una cuestión de supervivencia directa para garantizar un bienestar básico.
Así, se evidencia una división entre los valores que se promueven a nivel global y las realidades locales. Sigue habiendo comunidades que dependen de tradiciones ancestrales o prácticas locales para subsistir. La subsistencia diaria en estas sociedades depende menos de los ideales abstractos del capitalismo o la globalización y más de la realidad tangible de los recursos disponibles.
En conclusión, la caza de elefantes en Zimbabue simboliza un enfrentamiento entre los ideales del capitalismo global y las realidades locales de subsistencia. A la par de un mundo que sigue avanzando hacia una mayor interdependencia económica, persisten desigualdades profundas. Esto subraya las fallas del sistema global para abordar estas disparidades y plantea preguntas difíciles sobre cómo podemos avanzar hacia un mundo donde el desarrollo sea más equitativo y sostenible.
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