El pasado 27 de octubre se levantaron en armas los grupos de la resistencia birmanos contra la Junta, Tatmadaw, gobierno militar que lleva gobernando el país desde 2021, pero que siempre ha estado ahí, ya sea como protagonista, o presionando desde las sombras.
La Junta militar habría realizado un golpe de estado al primer gobierno democrático del país, liderado por la premio nobel de la paz Aung San Suu Kyi, actualmente encarcelada por aquellos que la depusieron. El gobierno legítimo se vió obligado a exiliarse y sigue tratando de lograr sus objetivos de democratización desde fuera, bajo el nombre de Gobierno de Unidad Nacional (NUG), a la vez que da su apoyo a los grupos rebeldes para volver a la democracia.
Myanmar se caracteriza por ser un país muy fragmentado, con más de 135 etnias, muchas de ellas con graves estereotipos y rivalidades entre sí. Antes fue colonia Británica y jamás ha conseguido la unificación de la identidad nacional. Esta fragmentación ha perpetuado la desconfianza entre diferentes grupos, intentando tomar las vías del federalismo sin éxito. Con el primer gobierno democrático, la situación parecía haber mejorado, pero desde el golpe de estado, Myanmar está cada vez más cerca del colapso.
Actualmente los grupos de la resistencia han tomado amplias regiones del país, logrando avances nunca antes pensados. Pero, ¿por qué? Myanmar cuenta con tierras fértiles, salida al mar, suministros de gas y muchos otros recursos que podrían hacerla una gran economía en la región si estuviera bien administrada, siendo esto una mala gestión que se le critica a la Junta, con el control del país hace más de 50 años.
Además, limita con importantes países como China, India y Tailandia, los cuales reciben, o repudian, migrantes birmanos que son obligados a huir de sus tierras por la amplia violencia y los abusos que sufren. Especialmente en Bangladesh, donde se encuentra el centro de inmigrantes más grande del mundo, mayoritariamente poblado por Rohingyas; minoría musulmana en Myanmar que ha sido y es víctima de múltiples ataques en el país. En Bangladesh, no se les permite integrarse con la población local; según las autoridades esto no tiene sentido, ya que “son muy distintas”, y “eventualmente tienen que volver a su país de origen”. Los otros países tampoco se lo han tomado tan bien, siendo los refugiados un gran problema para ellos. India está construyendo una valla en la frontera con Myanmar, y China realizó ejercicios militares en la frontera con el país este abril, con el fin de enviar un mensaje a los grupos rebeldes, por ella misma financiados, pero que se le ha ido de las manos y teme por el vacío de poder que dejarán. Sin embargo, deciden mantener relaciones con el régimen dictatorial, a falta de un panorama claro sobre quién se quedará con el control del país.
El escenario de actores en la guerra civil es multifacético y complicado. Además de Tatmadaw, el Ejército de Myanmar; y el Gobierno Unitario Nacional (NUG), se encuentra la Alianza de las Tres Hermanas (3BHA), que es aquella que inició la Operación 1027 para derrocar a la Junta, y que lleva conquistando varias regiones del país, respaldada por China y demostrando creciente competencia en los ataques militares. Se compone del Ejército de Arakán (AA) del estado de Rakhine y budista; el ejército de la Alianza Democrática Nacional de Myanmar (MNDAA) de la región de Kokang y con vínculos con China; y el Ejército de Liberación Nacional de Ta’ang (TNLA), de la etnia Ta’ang y del norte de Shan. Esta alianza ha comenzado a establecer relaciones con el NUG, lo cual representa una gran esperanza para la vuelta a la democracia, pero que se estima será difícil por las grandes ambiciones territoriales de los distintos grupos.
A pesar de esta cruenta guerra entre guerrillas, la peor parte se la lleva la población civil. Faltas a los derechos humanos y civiles como la represión de la libertad de expresión, el reclutamiento forzoso, las detenciones arbitrarias y ejecuciones, ataques, desplazamiento forzado, y discriminación étnica, fomentada por la grave desinformacion y manipulacion de los medios de comunicacion que realiza la Junta, son sólo algunas de las atrocidades que sufren los civiles. Y estos por parte de los dos bandos, según reportes de Amnistía Internacional, aunque especialmente de la Junta, que en ocasiones envía aéreos que bombardean escuelas y zonas civiles, dejando decenas de muertos a su paso. Además, la población birmana debe lidiar con las múltiples catástrofes naturales de la zona, como el ciclón Mocha y las inundaciones, las cuales el gobierno no asiste y hasta dificulta la llegada de ayuda humanitaria, demorando la concesión de permisos para las mismas.
Recientemente, se vieron posibilidades de diálogo en la junta de ASEAN, pero significaron una gran desilusión para aquellos que quieren volver a la paz, o al menos conocerla, en un conflicto con más de 5.300 civiles muertos y más de 3,3 millones de desplazados.
En esta guerra no hay héroes claros, ni ganadores, ni enemigos. Tampoco hay estado, dada la pobre administración de la junta, y mucho menos hay nación. Solo hay víctimas seguras: la población civil. Para algunos al borde del colapso, para otros más fuerte que nunca, el futuro de Myanmar es aún incierto.
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